Para entender la realidad actual de Florencio Varela es necesario comprender el proceso histórico y cómo se desarrolló un orden conservador ligado a un conjunto de familias que en las diferentes épocas logró mantener una enorme influencia política.
Ese orden conservado se basa en la defensa de determinados valores sociales, el sostenimiento de los privilegios de las familias que lo componen, cierta tradición religiosa y la construcción de una historia donde solo se refleja la porción de la sociedad que integra ese orden.
Desde 1930 en adelante ese orden conservador organizó la ciudad durante los periodos dictatoriales o fraudulentos y en los periodos democráticos se las ingenió para que los cargos de intendentes los ocuparan personas ligadas en forma directa o indirecta a ese sector.
Uno de sus máximos exponentes fue Modesto Evaristo Rodríguez, alias “Tino” o “el Jefe”, que provenía de una de las familias claves, quien supo ver como nadie que había que buscar nuevas formas de garantizar que ese siguiera teniendo influencia.
La Unión Conservadora, el viejo partido que los representaba, había entrado en su agonía final y la consolidación de la democracia podía terminar con la influencia que solían tener cuando las dictaduras nombraban intendentes.
“Tino” Rodríguez, que tenía una capacidad superior a otros exponentes del orden conservador, entendió que la influencia del conservadurismo ya no sería por la vía electoral sino por la influencia en la elite gobernante, para ello crear una escuela secundaria donde se garantizaran valores y tradiciones podía ser una forma eficaz.
En 1961 se pone en marcha el Instituto “Santa Lucia” enmarcado en la fe católica, con una mayoría del plantel docente alineado con la defensa de los valores del orden conservador, pero con los matices necesarios para que se de muestra de pluralidad. El colegio debía tener buena calidad educativa, desarrollar una buena infraestructura y generar condiciones para que los y las estudiantes adquirieran una pertenencia que resulte inolvidable, la construcción de «una identidad santalucina».
Esa identidad tenía varias aristas: una impronta deportiva sumamente competitiva, una presencia de fe, una intolerancia a las inconductas creativas, una sensación de bienestar de quienes pertenecían, pero ningún margen de pluralidad para quienes pusieran en discusión los valores y creencias políticas de ese orden conservador.
Desde su nacimiento el colegio construyó una relación amigable con las fuerzas armadas y durante décadas el alumnado desfiló junto al ejército para lo cual se realizaban numerosos ensayos con música castrense.
La idea de que pertenecer al “Santa Lucia» te daba una superioridad fortalecía el lugar de determinadas familias.
Para “Tino” esos egresados llevarían a cada lugar que ocuparan los valores inculcados y la influencia de esas ideas, permitirían que Florencio Varela mantuviese ese orden conservador.
Lo que quizás “Tino” Rodríguez no pudo prever es que ese modelo aparentemente plural donde su férrea conducción basada en su carisma personal se vería alterada por la aparición de corrientes de pensamiento político que se enfrentarían a ese orden.
Decenas de jóvenes pertenecientes a esas familias conservadoras, incluidas las japonesas que son parte de la historia de la escuela, comenzaron a discutir lo único que no se debía hacer en «el Santa»: el orden político. Ese quiebre en la aparente armonía santalucina permitió que de manera brutal apareciera el otro rostro del orden conservador: la persecución, la mentira y la muerte de quienes hasta hacía poco eran parte de esa familia.
Los años previos al golpe militar del 24 de marzo de 1976 estuvieron marcados por la discusión política que ponía en jaque incluso el proyecto educativo, y “Tino” Rodríguez lo describe en el capítulo «Rosas y Espinas» de un libro de su autoría.
Luego de esa etapa donde 10 alumnos de la escuela integran la lista de personas secuestradas y desaparecidas en Florencio Varela el proyecto educativo ya no sería el mismo.
La vuelta a la democracia el 10 de diciembre de 1983 con la llegada al poder de Raúl Alfonsín a quien “Tino” se refería como “radical hijo de puta», y el descubrimiento de los horrores de la dictadura generó una atmósfera democrática que también ingresó al Instituto Santa Lucia.
En 1984 fueron parte de su última etapa la reivindicación de la dictadura militar en una solicitada en el Diario Clarín cuando ya eran públicos los crímenes de la dictadura, su reivindicación del genocida Jorge Rafael Videla, y la construcción de un grupo de colaboradores violentos que establecían relaciones abusivas hacia los alumnos y los docentes que mostraran ánimos democráticos.
Quizás la muestra más clara de cómo “Tino” y su proyecto educativo logró influenciar en lo que él llamaba la elite local, fue la masiva asamblea de padres, alumnos y exalumnos que lo defendió cuando el Obispo Jorge Novak ordenó desplazarlo. En esa asamblea también estaban personas de indudable vocación democrática que estaban defendiendo sus «días felices en el Santa» ese halo mágico repleto de momentos felices pero que eran parte de la estrategia genial de “Tino”.
El rector sabía que aunque sobrevivió al intento de expulsión del Obispo Novak sus días estaban contados y quienes lo apoyaron recordando los días felices por genuina reflexión u oportunismo político lo dejarían solo, entonces escribió Santa Lucia «el Instituto». En ese libro publica todas las cartas de apoyo, la sesión del Concejo Deliberante encabezado por Julio Pereyra y los concejales del PJ que impiden que se lo declare persona no grata y las actas donde numerosos varelenses defendían al defensor de la dictadura, quienes quisieran desconocer ese apoyo ya no podrían hacerlo.
Su último intento de preservar algo en el naufragio de su proyecto educativo fue dejar familiares y un puñado de leales en cargos claves que solo mostraron mediocridad y autoritarismo.
Hoy solo queda algún vestigio sin mayor relevancia del mayor proyecto educativo del orden conservador local, muchísimos egresados pudieron darse cuenta que las burlas por cuestiones físicas o sexuales no eran chistes sino bullying, que los cercanos preceptores jóvenes en muchos casos eran acosadores, que los persuasivos golpes a quienes cometían determinadas conductas eran delitos y que si esas conductas las tuvieran en cualquier escuela hoy serían apartados de sus cargos.
La digna generación que enfrentó a “Tino” fueron desaparecidos, o sobrevivieron soportando la perdida de sus queridos compañeros. Aunque asumieron la parte mas dura de la historia, sus acciones fueron fundamentales para garantizar el pleno goce de derechos de cientos de estudiantes que los siguieron, y hoy reciben el reconocimiento que merecen mientras los cómplices del horror son denunciados y repudiados.
Las generaciones que transitaron el colegio entre el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia en 1983, en gran parte eligieron cuidarse mutuamente y tratar de ser felices frente a las conductas decadentes de los personajes que rodearon a “Tino” Rodríguez en esa etapa.
El paso de los años y la reflexión personal y colectiva de muchos egresados y egresadas desmontó los restos del proyecto educativo de la elite conservadora.
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