Cuando el mundo entero padeció la pandemia que provocó el Covid-19, creímos que estábamos ante una buena posibilidad de aprender a desempeñarnos ante situaciones desconocidas, que interpelaban nuestros conocimientos, así como la capacidad de brindar respuestas efectivas a los nuevos problemas. La problemática fue global, con acciones de lo más diversas emprendidas por los gobiernos para hacer frente a tamaña crisis. Aún sin una resolución definitiva, gran parte de las discusiones están centradas hoy en analizar cuáles fueron las acciones adecuadas y cuáles no, al menos eso sucede en muchos países.
Todavía sin habernos recuperado de semejante padecimiento, y sin haber generado las condiciones necesarias para que el sistema sanitario aborde con eficiencia los múltiples problemas de salud que padece la población, nuestro país se ha visto asolado en los últimos meses por una nueva/vieja enfermedad, el dengue. Como parte de un grupo de enfermedades reemergentes, fruto entre otros motivos de las pobres condiciones de vida de un alto porcentaje de la población, la infección se ha instalado con una fuerza inusitada, ocasionando graves consecuencias en la actualidad y aciagas perspectivas para el futuro cercano, en tanto no se tomen las medidas que se requieren.
La responsabilidad de los gobiernos ante la epidemia es indelegable. Con los países vecinos crecientemente afectados en los años anteriores, la llegada de la enfermedad a nuestro ámbito era absolutamente previsible. La falta de información previa, la inacción una vez desatado el brote, la ausencia de elementos para prevenir, la desorganización imperante para su abordaje, han sido el sello de lo que venimos padeciendo, tanto quienes trabajamos en el sistema como la población que debe ser asistida.
En este contexto y lamentablemente, las autoridades sanitarias de Florencio Varela han vuelto a demostrar su impericia. Fumigaciones tardías y poco efectivas (sólo para mostrar que están haciendo algo), pastizales por donde se mire, espejos de agua por todos lados (con o sin lluvias), escasez se repelentes, falta de medicación básica, son algunas de las deficiencias de todos los días. Si a eso le agregamos la tremenda disminución de personal, con equipos desmantelados a expensas de una política de recursos humanos que implica salarios miserables y condiciones laborales deplorables, no se avizora una forma adecuada para enfrentar la situación.
La ausencia de coordinación entre el primer y el segundo nivel de atención (CAPS-Hospital) ha sido flagrante, con pacientes deambulando por los pasillos de los efectores sin saber a quién recurrir. Las características de la patología, con el requerimiento de control a las 48 o 72 horas, implicaba una interrelación entre niveles que en la práctica nunca se dio.
Por todo ello, mencionábamos más arriba que los responsables siguen sin aprender. Estamos en las puertas del inicio de la temporada invernal, con las enfermedades respiratorias como centro de la atención. Como cada vez, vamos a necesitar imperiosamente personal capacitado y en número adecuado, medicación en cantidad suficiente, estructuras edilicias acordes, condiciones dignas de atención. No observamos la diligencia que la realidad impone. Y si pensamos un poco más allá, la perspectiva de infecciones por dengue más graves cuando vuelvan las temperaturas más altas, con casos más complicados y necesidades aún mayores, genera un cambio radical en el abordaje de la problemática, teniendo en cuenta que en esta etapa las autoridades parecieron mirar hacia otro lado.
Una inmensa preocupación nos embarga como trabajadores. El derecho a la Salud de la población no está asegurado ni de cerca. Será tiempo de tomar decisiones bien distintas a las que ya han tomado. Si continúan por la misma senda, vamos a seguir cosechando los mismos desastres.
CICOP FLORENCIO VARELA
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